¡Marchando una de pajaritos! (Una broma muy artística).
Mi amigo Carlos es un gran aficionado a los pajaritos
desde siempre; no exactamente cantando en el campo, sino fritos en el plato. En
más de una ocasión los hemos comido, e incluso no le dolían prendas en irse a
Granada a un bareto donde los hacían de muerte.
En aquella ocasión, agosto de 2003, nos invitó a su
casa a comerlos al grupo habitual de amigos, cuatro parejas. Sentados a una
mesa bien puesta para la ocasión, que él disfrutaba especialmente por el manjar
que nos prometía, comenzaron unos aperitivos, y alguna ensalada que actuarían
como teloneros del plato estrella.
Bien poco se esperaba él lo que iba a servir como
bocado exquisito…
Llegó el momento de servir los pajaritos y hubo una
ración abundante de dorados voladores para cada comensal.
¡Oh! Pero en mi plato uno de los zorzales mostraba un
origen más mamífero que ovíparo. Puse cara de espanto y le mostré a nuestro
anfitrión lo que evidentemente no era zorzal, sino murciélago más emparentado
con Batman.
Todos quedaron algo traumatizados, aunque no soy tan perverso y lo enseñé
antes de que nadie los hubiese probado para evitar males mayores…
El efecto demoledor del “anfibio” en el plato.
Después del trauma, Carlos se presta a posar comiéndose el ratón volador.
La cabeza furtivamente pinchada en cuerpo ajeno había sido elaborada con la
más heterogénea técnica mixta, mucho cariño, y disfrute anticipado del show que
esperaba provocar.
Unas hojas naturales convenientemente envueltas en un volumen simple, unos
detalles con pasta de relieve, unos toques de acrílicos…
…Y la oportuna expresión de roedor.
Sólo faltaba encontrar el momento de que estuvieran en mi plato para
insertar el complemento necesario.
(No hemos vuelto a comer pajaritos)
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